ESA SERÁ MI MUERTE, de MegaGrupo de Relatos, para leer aquí también
Esta vez fui el que inició el relato a tres bandas. Partiendo de un relato corto que improvisé, y que ha sido utilizado alguna vez, le hice retoques, eliminé el final para dejarlo abierto, y lo lancé al megagrupo.
Éste fue el resultado:
Éste fue el resultado:
[JAVIER]
Este día está marcado con lápiz rojo en mi calendario.
Como muchos otros.
Es el origen de mi desgracia, la puerta de entrada de todos mis demonios. Mi alma es como un faro que atrae las desgracias, como si un ente telepático registrara mi ser en busca de maldad, corrupción...
Hace que me vuelva esquizofrénico, hipocondríaco, que mi esencia no signifique más que la de un mísero ratón, que un insecto…
Mi cuerpo falla. Mis células empiezan a morir. Mis átomos se disgregan; electrones, protones, neutrones, escapan, como propulsados por una turbina, por una hélice gigantesca.
Cojo el teléfono e intento una llamada. No puedo controlar mis manos. No puedo clarificar mis pensamientos. La vista se me apaga, se estrecha mi campo de visión; como el objetivo de una cámara, como un pequeño telescopio enfocado en una estrella, un pequeño punto focal.
Mis oídos zumban, una enorme sirena de camión... de tren... no, de un gigantesco barco.
La sangre se me escapa a borbotones, produciéndome el zumbido de oídos, la pérdida de visión, la disgregación de mis átomos.
Ya no distingo si es verdad o se debe a mi esquizofrenia.
Elegí este día para suicidarme, lo marqué con lápiz rojo en mi calendario, el que cuelga detrás de la puerta de mi camarote. El viaje en barco no me ha ayudado a aclararme, no me clarifica el origen de esta sensación.
Muerte, susurro por el teléfono cuando al otro lado de la línea alguien lo descuelga. Frenética carrera de electrones de mi boca a su oído, transformando las palabras en corriente, y viceversa.
[Aitor]
Una respiración pesada como única respuesta. Sé que me ha reconocido, pero no dice nada. Tampoco tengo muy claro qué otra cosa esperaba.
Muerte, repito, y sé que ella lo comprende. Apenas reconozco mi propia voz. La sangre llena mi garganta, y cada sílaba requiere más fuerzas de las que me quedan. Aún así, concentro mis últimas energías y vuelvo a hablar.
¿Habría cambiado algo? La pregunta se pierde en el zumbido de la línea telefónica. Ella no responde. Ni una última palabra de compasión. Probablemente no la merezca.
Mi mano tiembla. Una gota de sangre perfecta sobre la pantalla del teléfono y un charco cada vez mayor en el suelo. Me alegro de haber elegido esta vía. Durante días estuve dudando. El mar parecía más poético, acogedor incluso. Sin embargo, mi espíritu práctico se impuso, como siempre. Me bastó visualizar el agua salada llenando mis pulmones, mi cuerpo corrompiéndose lentamente hasta convertirse en un amasijo informe. Alimento de peces, basura en una red de pescadores.
No, así está mejor.
La realidad cada vez está más lejos. Puedo ver como las leyes físicas se desmoronan a mi alrededor, carentes ya de sentido. Ya no soy células, ni átomos. Ya no soy nada.
Apenas unos instantes para que todo acabe para siempre, y de repente, me doy cuenta de que por fin ella está hablando. Intento aguantar unos segundos. Lo suficiente para escuchar su voz.
[Gancho]
-Sé que sabes que soy...-dijo serena, con un timbre aflautado de pájaro negro, y fue un entregarme totalmente, como si esa voz destruyera todo lo que en mí significaba ser una entidad. Sin nada físico que me sustentara ya, esa vorágine destructora comenzó a someter mi conciencia, el último bastión.
-No soy tu muerte, tú si la eres...-no comprendí esas palabras, pero algo hizo que recordara mi existencia hastiada de libertinaje y terminé repitiendo las palabras de alguna amante exagerada.
-Soy tuyo- ¿o dije soy tuya? Terminé escuchando mi risa cada vez más pequeña.
Sentí que esa ave gigante llamada muerte esperaba mi silencio. Me costó dejar de reír.
-No soy tu muerte y tú lo sabes- la oí decir que ella estaba ahí sólo para indicarme el camino final y que la verdadera muerte era mucho más dolorosa que todo lo imaginado y que sería yo un testigo sin fin de ello.
Sentí una garra clavarse en mi brazo y una sensación de lava roja escapando hacia el negro infinito y en esa absoluta ausencia de luz, emití el grito más seco que jamás haya escuchado salir de mi boca, era como que todo el espacio se había contraído hasta sentir que no era más grande que una caja de fósforos y en esa caja estaba la muerte, mi conciencia y ese grito arenoso y antiguo. Nada más.
Los golpes insistentes y una voz nerviosa detrás de la puerta terminaron de despertarme. El calendario tembló.
Sin poder dominar mi jadeo, caí en cuenta de que me encontraba dormido en el camarote de un barco y con el mayor de los espantos, caí en cuenta de que mi final nunca llegará; estoy condenado a soñarlo y a despertarme por toda la eternidad. Esa será mi muerte.
Este día está marcado con lápiz rojo en mi calendario.
Como muchos otros.
Es el origen de mi desgracia, la puerta de entrada de todos mis demonios. Mi alma es como un faro que atrae las desgracias, como si un ente telepático registrara mi ser en busca de maldad, corrupción...
Hace que me vuelva esquizofrénico, hipocondríaco, que mi esencia no signifique más que la de un mísero ratón, que un insecto…
Mi cuerpo falla. Mis células empiezan a morir. Mis átomos se disgregan; electrones, protones, neutrones, escapan, como propulsados por una turbina, por una hélice gigantesca.
Cojo el teléfono e intento una llamada. No puedo controlar mis manos. No puedo clarificar mis pensamientos. La vista se me apaga, se estrecha mi campo de visión; como el objetivo de una cámara, como un pequeño telescopio enfocado en una estrella, un pequeño punto focal.
Mis oídos zumban, una enorme sirena de camión... de tren... no, de un gigantesco barco.
La sangre se me escapa a borbotones, produciéndome el zumbido de oídos, la pérdida de visión, la disgregación de mis átomos.
Ya no distingo si es verdad o se debe a mi esquizofrenia.
Elegí este día para suicidarme, lo marqué con lápiz rojo en mi calendario, el que cuelga detrás de la puerta de mi camarote. El viaje en barco no me ha ayudado a aclararme, no me clarifica el origen de esta sensación.
Muerte, susurro por el teléfono cuando al otro lado de la línea alguien lo descuelga. Frenética carrera de electrones de mi boca a su oído, transformando las palabras en corriente, y viceversa.
[Aitor]
Una respiración pesada como única respuesta. Sé que me ha reconocido, pero no dice nada. Tampoco tengo muy claro qué otra cosa esperaba.
Muerte, repito, y sé que ella lo comprende. Apenas reconozco mi propia voz. La sangre llena mi garganta, y cada sílaba requiere más fuerzas de las que me quedan. Aún así, concentro mis últimas energías y vuelvo a hablar.
¿Habría cambiado algo? La pregunta se pierde en el zumbido de la línea telefónica. Ella no responde. Ni una última palabra de compasión. Probablemente no la merezca.
Mi mano tiembla. Una gota de sangre perfecta sobre la pantalla del teléfono y un charco cada vez mayor en el suelo. Me alegro de haber elegido esta vía. Durante días estuve dudando. El mar parecía más poético, acogedor incluso. Sin embargo, mi espíritu práctico se impuso, como siempre. Me bastó visualizar el agua salada llenando mis pulmones, mi cuerpo corrompiéndose lentamente hasta convertirse en un amasijo informe. Alimento de peces, basura en una red de pescadores.
No, así está mejor.
La realidad cada vez está más lejos. Puedo ver como las leyes físicas se desmoronan a mi alrededor, carentes ya de sentido. Ya no soy células, ni átomos. Ya no soy nada.
Apenas unos instantes para que todo acabe para siempre, y de repente, me doy cuenta de que por fin ella está hablando. Intento aguantar unos segundos. Lo suficiente para escuchar su voz.
[Gancho]
-Sé que sabes que soy...-dijo serena, con un timbre aflautado de pájaro negro, y fue un entregarme totalmente, como si esa voz destruyera todo lo que en mí significaba ser una entidad. Sin nada físico que me sustentara ya, esa vorágine destructora comenzó a someter mi conciencia, el último bastión.
-No soy tu muerte, tú si la eres...-no comprendí esas palabras, pero algo hizo que recordara mi existencia hastiada de libertinaje y terminé repitiendo las palabras de alguna amante exagerada.
-Soy tuyo- ¿o dije soy tuya? Terminé escuchando mi risa cada vez más pequeña.
Sentí que esa ave gigante llamada muerte esperaba mi silencio. Me costó dejar de reír.
-No soy tu muerte y tú lo sabes- la oí decir que ella estaba ahí sólo para indicarme el camino final y que la verdadera muerte era mucho más dolorosa que todo lo imaginado y que sería yo un testigo sin fin de ello.
Sentí una garra clavarse en mi brazo y una sensación de lava roja escapando hacia el negro infinito y en esa absoluta ausencia de luz, emití el grito más seco que jamás haya escuchado salir de mi boca, era como que todo el espacio se había contraído hasta sentir que no era más grande que una caja de fósforos y en esa caja estaba la muerte, mi conciencia y ese grito arenoso y antiguo. Nada más.
Los golpes insistentes y una voz nerviosa detrás de la puerta terminaron de despertarme. El calendario tembló.
Sin poder dominar mi jadeo, caí en cuenta de que me encontraba dormido en el camarote de un barco y con el mayor de los espantos, caí en cuenta de que mi final nunca llegará; estoy condenado a soñarlo y a despertarme por toda la eternidad. Esa será mi muerte.
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