LA TORMENTA

La brisa acariciaba mis cabellos.
El olor a sal impregnaba todo mi ser.
Mi vista, fija en el horizonte, clavada en la tormenta que se avecinaba. La tormenta que conforme se fue acercando a la Tierra fue acabando con todo lo que se cruzaba en su camino.
El Universo no era ahora sino una mota de polvo en comparación con lo que había sido antes de la tormenta. Y yo era casi el último recurso. Las fuerzas de todos los hechiceros caídos formaba parte de mí; también las ciencias de todos los científicos desaparecidos igualmente estaba a mi disposición. Mi ser de animateria contenido en una esfera de fuerza mágica; protones y antiprotones, neutrinos y mesones encapsulados por una esfera formada por la esencia vital de todos los habitantes caídos del Universo. En un último esfuerzo, mi sacrifico, debía liberar toda esa energía. Si tenía éxito, igual que si fracasaba, ya no me enteraría. Si lo conseguía, desaparecería en la explosión al hacer frente a la tormenta; si fracasaba, la tormenta acabaría conmigo, y mi esencia vital, junto con la de los habitantes del planeta, pasaría a la siguiente línea de defensa.
Pero yo era una de las últimas oportunidades; si no tenía éxito, al Universo sólo le quedaría una o dos oportunidades más; y la tormenta se fortalecía con cada galaxia que engullía. Debía tener éxito, por lo que quedaba del universo. Seres vivientes del universo, deseadme suerte, aquí llega la tormenta...

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