El último de los titiriteros (relato corto improvisado)











El último marionetista dejó la existencia tal como la había encontrado; paneles grises y rojos cercaban la idiosincrasia de su porvenir entre revueltas de metálicos acordes y fanfarrias. En un futuro inmediato, sería reemplazado por el más novedoso invento entre lo más selecto de la bohemia de la ciudad: teatros individuales, proyecciones de sus corazones. Ya no había lugar para los pequeños titiriteros, la sociedad no dejaba lugar en su seno a mentes inquietas, almas errantes, fantasías vagabundas. Todos debían bailar con los acordes que sonaran entre la eterna melodía de un planeta que los acogía como una molestia más, como una infección que acabaría pasando.

El último de los proyeccionistas abandonó sus enseres a la vera de la vida, los descendientes de los extintos acróbatas celebraron su anual reunión para dar gracias al mundo que les había permitido seguir con vida. Actores, funambulistas, tramoyistas, caricatos, histriones, dramaturgos,... todos abandonaron haciendo mutis por el foro su anterior actitud, y el teatro de los sueños comunales echó el telón, tal vez por última vez, sobre el vuelo melancólico de pequeñas esperanzas individuales. Y los títeres tomaron el control, mientras el último marionetista cortaba todos los hilos que le unían a su realidad, y envolvía su engolada voz entre algodones antes de guardarla bajo llave en la caja junto a su anterior naturaleza, vía muerta hacia ningún sitio.

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